viernes, 12 de julio de 2013

LA BENDITA LABOR DE LOS MAESTROS

Miriam A. Ornelas
Ingeniera industrial y abogada 

El Diario de Juárez | 2013-07-11 |

Con el advenimiento de la temporada vacacional en la generalidad de las escuelas de nuestra ciudad, llega a nosotras una especie de calamidad que nos bloquea o al menos hace hasta cierto punto incómoda nuestra vida cotidiana, sobre todo para aquellas mujeres que además de desempeñarnos como amas de casa, debemos laborar por razones de índole económico.

Y es que no es para menos, nuestros hijos permanecen en nuestro hogar todo el día y debemos atenderlos en un esquema de exigencias creciente que no tiene dónde ni cuándo topar. Es ahí donde podemos comprender el gran esfuerzo que hacen los maestros al ocuparse de esta manada de fierecillas que muchas veces son nuestros hijos de tal manera que lidiar con ellos es justificación suficiente de su trabajo porque es justo reconocer que, además de intentar culturizarlos, deben también hacerla de domadores en algunos de los casos, no tan raros como fuera deseable.

Este martirio ha generado una fuente de trabajo para muchos maestros: los campamentos de verano que han proliferado en los últimos años para bien de las sufridas amas de casa que en esta temporada tienen el cuestionado gusto de convivir mucho tiempo con su prole.

Para muchas es desesperante enfrentar una realidad que se nos presenta ineludible: nuestros hijos tirados en la cama flojeando la mayor parte del día, viendo la televisión, comiendo chatarra alimenticia, jugando incansablemente con juegos electrónicos que técnicamente les absorben el cerebro o haciendo diabluras sin cuento. Tanta felicidad es difícil de tolerar.

Nuestro gasto familiar se dispara porque siempre se les antoja algo y la casa permanece espantada con tiraderos por todos lados; ningún esfuerzo en pro de la limpieza y el orden parece suficiente porque nuestros adorables angelitos no tienen ni la más mínima conciencia de colaboración para que las cosas ocupen su lugar, vamos, ¡ni la basura! que de pronto aparece regada por todos lados y así nos topamos a cada rato con basureros debajo de las camas, detrás de los sillones y en todo tiempo y lugar.

El hogar de pronto se nos ha convertido al caos.

El desastre, en algunas circunstancias que la naturaleza lo permite, llega a invadir nuestro ambiente laboral pues nos vemos forzadas a cargar con nuestros críos a nuestros centros de trabajo y en nuestros recorridos cotidianos y agregan a las tareas diarias la preocupación por vigilar qué están haciendo. Las vacaciones de ellos se convierten en multiplicidad de tareas para nosotras y llegan a dificultarnos la vida a un grado que no estamos acostumbradas. Como no tienen tareas escolares, el trabajo de educarlos se nos multiplica exponencialmente y parece que nos llevan directo a la locura.

Parte del problema radica en que no hemos acertado a imbuir en nuestros descendientes buenos hábitos de aplicación al trabajo de tal manera que pudiéramos encargarles la ejecución de algunas tareas domésticas que bien pudieran ejecutar mientras permanecen en casa.

Pero no, además debemos vigilarlos estrechamente para asegurarnos en lo posible que no ocurran accidentes o desgracias en nuestro hogar que después serían duras de lamentar.

Como sea, la situación tiene un paliativo de alto costo económico cuando de niños menores de 14 años se trata pues para ellos las campamentos de verano citadinos abundan aunque algunos sean extraordinariamente caros, pero para nuestros adolecentes la verdad son pocos y respecto a ellos tenemos siempre el temor que la vigilancia personal sea deficiente y resulten peor como remedio que la enfermedad. Entre más grande es el muchacho, más grande es el problema pues son más graves la diabluras o malos comportamientos en que pueden incurrir.

¿Qué hacer con nuestro hijos en las vacaciones? Es una cuestión difícil de responder pero de acuerdo al apretado ritmo de nuestras vidas da la impresión que encajan muy a fuerza en nuestra cotidianidad lo cual nos produce un ácido sabor de boca por el sentimiento desnaturalizado que ello implica.

El amor de madre nos lleva al remordimiento y la resignación nos da fuerzas para esperar con ansias el regreso a clases, el anhelado retorno de las actividades escolares, el confinamiento liberador de las escuelas. La bendita labor de los maestros.