Miriam A. Ornelas
Ingeniera industrial y abogada
El Diario de Juárez | 2013-07-11 |
Con el advenimiento de la temporada vacacional en la generalidad de las
escuelas de nuestra ciudad, llega a nosotras una especie de calamidad
que nos bloquea o al menos hace hasta cierto punto incómoda nuestra vida
cotidiana, sobre todo para aquellas mujeres que además de desempeñarnos
como amas de casa, debemos laborar por razones de índole económico.
Y es que no es para menos, nuestros hijos permanecen en nuestro hogar
todo el día y debemos atenderlos en un esquema de exigencias creciente
que no tiene dónde ni cuándo topar. Es ahí donde podemos comprender el
gran esfuerzo que hacen los maestros al ocuparse de esta manada de
fierecillas que muchas veces son nuestros hijos de tal manera que lidiar
con ellos es justificación suficiente de su trabajo porque es justo
reconocer que, además de intentar culturizarlos, deben también hacerla
de domadores en algunos de los casos, no tan raros como fuera deseable.
Este martirio ha generado una fuente de trabajo para muchos maestros:
los campamentos de verano que han proliferado en los últimos años para
bien de las sufridas amas de casa que en esta temporada tienen el
cuestionado gusto de convivir mucho tiempo con su prole.
Para muchas es desesperante enfrentar una realidad que se nos presenta
ineludible: nuestros hijos tirados en la cama flojeando la mayor parte
del día, viendo la televisión, comiendo chatarra alimenticia, jugando
incansablemente con juegos electrónicos que técnicamente les absorben el
cerebro o haciendo diabluras sin cuento. Tanta felicidad es difícil de
tolerar.
Nuestro gasto familiar se dispara porque siempre se les antoja algo y
la casa permanece espantada con tiraderos por todos lados; ningún
esfuerzo en pro de la limpieza y el orden parece suficiente porque
nuestros adorables angelitos no tienen ni la más mínima conciencia de
colaboración para que las cosas ocupen su lugar, vamos, ¡ni la basura!
que de pronto aparece regada por todos lados y así nos topamos a cada
rato con basureros debajo de las camas, detrás de los sillones y en todo
tiempo y lugar.
El hogar de pronto se nos ha convertido al caos.
El desastre, en algunas circunstancias que la naturaleza lo permite,
llega a invadir nuestro ambiente laboral pues nos vemos forzadas a
cargar con nuestros críos a nuestros centros de trabajo y en nuestros
recorridos cotidianos y agregan a las tareas diarias la preocupación por
vigilar qué están haciendo. Las vacaciones de ellos se convierten en
multiplicidad de tareas para nosotras y llegan a dificultarnos la vida a
un grado que no estamos acostumbradas. Como no tienen tareas escolares,
el trabajo de educarlos se nos multiplica exponencialmente y parece que
nos llevan directo a la locura.
Parte del problema radica en que no hemos acertado a imbuir en nuestros
descendientes buenos hábitos de aplicación al trabajo de tal manera que
pudiéramos encargarles la ejecución de algunas tareas domésticas que
bien pudieran ejecutar mientras permanecen en casa.
Pero no, además debemos vigilarlos estrechamente para asegurarnos en lo
posible que no ocurran accidentes o desgracias en nuestro hogar que
después serían duras de lamentar.
Como sea, la situación tiene un paliativo de alto costo económico
cuando de niños menores de 14 años se trata pues para ellos las
campamentos de verano citadinos abundan aunque algunos sean
extraordinariamente caros, pero para nuestros adolecentes la verdad son
pocos y respecto a ellos tenemos siempre el temor que la vigilancia
personal sea deficiente y resulten peor como remedio que la enfermedad.
Entre más grande es el muchacho, más grande es el problema pues son más
graves la diabluras o malos comportamientos en que pueden incurrir.
¿Qué hacer con nuestro hijos en las vacaciones? Es una cuestión difícil
de responder pero de acuerdo al apretado ritmo de nuestras vidas da la
impresión que encajan muy a fuerza en nuestra cotidianidad lo cual nos
produce un ácido sabor de boca por el sentimiento desnaturalizado que
ello implica.
El amor de madre nos lleva al remordimiento y la resignación nos da
fuerzas para esperar con ansias el regreso a clases, el anhelado retorno
de las actividades escolares, el confinamiento liberador de las
escuelas. La bendita labor de los maestros.